Monday, June 1, 2009

Antropofagia

Antropofagia
Mayo 16, 2009

Todas las mañanas sin falta, con resaca o sin ella, el soldado abría los ojos al alba. El entrenamiento militar al que había sido sometido tantos años y las intensas jornadas en campaña habían adiestrado su sueño. ‘Nunca duermo después del amanecer’, decía a sus compañeros de regimiento en aquellas ocasiones en las que se le criticaba por no dormir hasta tarde los días de permiso. Así que una mañana cualquiera, de su primer año de servicio al dragón, el soldado estaba de pie mirando al sol salir, como una enorme pelota de un naranja intensísimo por el oriente del castillo. Vio al sol levantarse desde la puerta, y emprendió su camino cotidiano hacia el río. Caminaba silbando canciones de su juventud, canciones pícaras, tonadas que recordaba y que siempre le hacían reír. Llegando al río, generalmente estaba ya tan embebido en los recuerdos de su pueblo que se topaba sin falta con los guijarros a la orilla de un arroyo que corría modestamente por los alrededores del castillo. Con gestos y ruidos de pereza, el soldado se quitaba la camisa y se lavaba el cuerpo, mojaba su cabello, se enjuagaba la boca y lavaba las manos con un poco de jabón, el mismo que usaba después con un estropajo para lavar la olla de kasha del dragón. El lavado de la olla era una de sus tareas preferidas. La lavaba con la minuciosidad y el amor que su madre le había inculcado, Tallaba la olla por dentro y la enjuagaba, la volvía a tallar con un poco de arena de río en vez de jabón, y le sacaba algo de brillo. Al final ya limpia, la llenaba de agua y ya vestido y peinado emprendía su camino de regreso al castillo, ya de día. Pero esta mañana fue diferente, al comenzar a lavar la olla notó que en el fondo, pegado a la avena recocida que el dragón no se había comido por enésima ocasión, estaba pegado un listón rojo. El intenso color le era muy familiar. Inmediatamente le remitió a las trenzas de Katya y la fiesta de San Juan en su pueblo. Cómo deseó a Katya durante esa feria. Su rostro honesto y su mirada pura, enmarcados los dos con el grueso par de trenzas castañas. Katynca, katynca mía, susurró el soldado mientras despegaba el listón del fondo del cazo. Los susurros, no obstante te convirtieron rápidamente en gritos del soldado, y luego en alaridos. No podía creer lo que estaba viviendo. Al final del listón rojo se encontraba un pedazo de cabello trenzado del mismo color que el de su amada Katya. El soldado aullaba sin poder reflexionar, eran ya muchos días solo en ese castillo. Estaba delirando, se dijo a si mismo, esto no es posible, repetía intentando confortarse. Pero cuando encontró entre la kasha uno de los aretes de rubí de Katya todo comenzó a ser dolorosamente claro. Y es que al comprometerse con el dragón a ser su servidor por tres años, también se había comprometido a servir al dragón en cuerpo y alma, y eso incluía sus sueños, sus recuerdos, sus fantasías. Y pensar en el número de veces que había evocado a sus amigos, familiares, compañeros de regimiento. ’Dios mío, se dijo entonces, cuando pienso en ellos, automáticamente aparecen en el interior de esta olla’. No pudo continuar la idea. Un horcajada de vómito lo fulminó y lo hizo caer de rodillas frente al río. El soldado se alimentaba de kasha todas las tardes, al decretar día tras día que su amo, el dragón, no regresaría aún. Sin saberlo, y de manera alevosa, su amo jamás le previno que al consumir la kasha estaría devorando uno a uno a todos aquellos que alguna vez había amado. El soldado aturdido comenzó entonces a pensar en las personas con las que tenía cuentas pendientes.

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